La extraña cita

Difícil olvidar la primera vez que sufrí la industria musical en carnes propias, siempre sin contar con todos los dineros que me he dejado en material musical por encima de su valor. Ese industrial desvirgue coincidió con una de las primeras veces que entrevisté a uno de esos artistas superventas, acostumbrado uno a tratar con gente de la cultura bastante menos reconocida y reconocible.

El artista firmaba discos en una tienda un día antes de la presentación en Zaragoza de uno de sus discos más aclamados. Un servidor, por aquel entonces, ya hacía todo lo que podía, o le dejaban -vamos, como ahora- para recoger cualquier detalle relacionado con el Aragón musical. Así que esperé micrófono en mano a que el músico terminara sus deberes. Ese día comprendí muchas cosas. Una de ellas, lo duro que es firmar discos. Parece que la actividad en cuestión consista, simplemente, en recibir elogios y escribir frases más o menos ocurrentes, pero no. El pobre tipo se pasó algo más de dos horas y media dale que te escribo, dale que te respondo, dale que te río… y ni un dale que te follo. Los tópicos son tópicos y el curro es el curro incluso para toda una estrella.

Terminada la dura tarea, va y aparece un chavalín con cara de pardillo, quien escribe, enseñando el micrófono de una emisora de radio local. El careto cansado del protagonista me lo dijo todo pero, aún así, el hombre se esforzó y me habló también verbalmente para hacerme comprender que no tenía el cuerpo muy para entrevistas. Era más que comprensible. No obstante me invitó a que acudiera al día siguiente a la prueba de sonido de la presentación en directo del disco. Una vez finalizada, me aseguró que tendría mi entrevista. Lo que más me descolocó fue que ante mi pregunta sobre cómo acceder al recinto él me respondiera que le dijera al de la puerta que venía de parte de él y que añadiera que soy colega suyo.

Al día siguiente no falté a la extraña cita. Entré por la puerta de artistas del zaragozano pabellón Príncipe Felipe, me acerqué a un San Pedro uniformado y le dije con poca cara de convencimiento y expresiones dubitativas que venía de parte de la estrella, de quien era colega. Para mi sorpresa, el repentinamente amabilísimo hombre, colgó una acreditación en mi cuello y me mandó por unos pasillos… a no sé dónde leches… Por allí dentro nadie me hacía puñetero caso así que exploré aquello por mi cuenta y riesgo hasta que oí música y la seguí como rata de Hamelin hasta verme a pie de escenario testigo casi único de la puesta en escena del nuevo álbum.

Allí me hallaba, antes que el resto del público, respirando de ese aire que tanto sorprendió a propios y extraños. Y es que ese directo rompió esquemas. Yo fui, en este caso literalmente, uno de los primeros sorprendidos. Terminada la fascinante prueba de sonido -de verdad lo fue- pregunté por allí dónde tenía que esperar para entrevistar al artista. No fue sencillo conseguir la respuesta pero la obtuve: solo quedaba esperar. Y esperando… esperando… al rato, apareció un tipo portando un micrófono… al que le siguió otro más… y otro… y un fotógrafo… y otro más… y otro… y un cámara de televisión… y otra más… y otra… Miré a mi alrededor y me vi rodeado de periodistas. Pero periodistas de verdad, no como yo. Hablaban con un tipo gordote, la mar de majo y simpático que les iba dando la vez. Me acerqué, pues, al susodicho que, de repente, se quedó solo en gordote y, en unos segundos, se transformaría en Gordo Cabrón. Por lo visto, según me explicó el antes simpático, en principio no iba a tener entrevista pero si esperaba a que terminaran el resto de medios… pues a lo mejor… quien sabe… puede ser que… quizás…

Gordo Cabrón nos llevó a todos a un saliente grande de un pasillo, y allí estaba el artista. Se encontraba en plena sesión de fotos para una importante publicación. Cabrón nos comentó a los allí presentes que en que terminara el músico con los posados comenzaría el carrusel musical. Primero Antena 3, luego la SER, seguidamente el resto de teles… Radio Nacional de España… y no sé qué otra… ni cuál más… pero un servidor pasó sencillamente a no existir. Me encontraba por detrás de la última fila separado del resto de medios. Todos hablaban entre sí con caras sonrientes. Eran alguien, al menos así parecían sentirse, o así lo percibí yo. Les envidiaba. Ni cristo me dirigió la palabra. Al principio, quizás, alguna mirada en plan -¿qué pretende aquel tipo con ese micrófono?-. A mí el sexo anal sólo me va en culo ajeno, por lo que, ellos mismos, pensé.

Terminó la estrella su sesión de fotos como el día anterior la de firmas. Yo estaba cabreado como quien esperó ayer dos horas y media para nada y hoy otras tantas para lo mismo. La gente de los medios comenzó a saludar al cantante estrechando su mano como a toda una mismísima eminencia, que en lo musical lo era, con risas cómplices, comentarios de tal experiencia juntos y tal otra. Gordo Cabrón procedió a explicarle el orden de entrevistas. La estrella asentía, pero Gordo no contaba con algo que a mí tampoco se me hubiera pasado por la cabeza ni harto de setas mexicanas. El cantante, mostrando una más que excelente visión, se topó con mi careto, que seguía intentando dejarse ver por allá lejos. Seguidamente dijo en voz alta, para que todos le oyeran, muy pausadamente, que lo sentía pero que con el único que había quedado él era con ese chico de allí -vamos, con quien escribe esta historia del abuelo cebolleta, evidentemente- y que comenzaría la tanda de entrevistas con el citado sorprendido. Y así fue.

Nos encerramos en su camerino camino al cual Cabrón, aprovechando que el artista se había adelantado unos metros, me agarró el brazo vomitándome al oído que la entrevista no podría durar más de cinco minutos. Lo cierto es que duró el doble, y no me dio la puta gana de prorrogarla más porque había gente currela que quería hacer su trabajo como yo había esperado para realizar el mío. En mi caso, por cierto, a cambio de cero euros de los de entonces, que valen lo mismo que idéntico número de pesetas de las de ahora. Lo curioso es que el resto de medios estuvieron, como mínimo, veinte minutos cada uno con el tipo. El trato por parte del músico fue impecable. Mis preguntas no fueron gran cosa pero sus respuestas hicieron de aquella entrevista algo, sin duda, muy interesante para el oyente.

Ese día, efectivamente, comprendí muchas cosas. En qué consiste una firma de discos, como apuntaba antes. De qué va una prueba de sonido de gran producción. Que antes de hacer una entrevista es importante documentarse, tener claro cómo enfocar la historia. También que en este noble oficio, hobbie en mi caso, hay que tener más paciencia que el santoral al completo. Pero lo más destacable fue chocarme de morros por vez primera con la industria musical. De eso sí que se aprende. Habría más veces y las habrá. Algunos artistas dan una mala imagen de sí por culpa de quienes los rodean. Afortunadamente, a día de hoy, un servidor sigue saltándose todo lo que puede a discográficas, promotores, managers e intenta hablar de tú a tú con el artista de turno. Sin abusar, claro. Siendo consciente de que un músico debe dedicarse casi en exclusiva a la música y otra gente profesional a apoyar su obra desde otros ámbitos. En la extraña cita, aquel artista, me mostró, de verdad, cómo era. Y, obviamente, la industria también.




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